lunes, 23 de diciembre de 2013

Las murallas de la vida

Decidí recorrer mi camino, aunque fuese solitario, un alma andante vagabundeando por las calles, rastreando el final de algo o el principio de quién sabe qué. A medida que avanzaba, mis piernas se sentían débiles, como si de repente se fuesen a hundir por medio de aquellas piedras que recorrían junto a mi por el camino de la vida. En cada piedra, pude ver cada una de mis derrotas, cada una de mis más remotas historias derramadas y por supuesto, lo que iba quedando de mi en cada paso. 

El camino llegaba a su final, pues a lo lejos vislumbré una especie de pared. Justo me detuve en mitad de aquella calle, miré a mi alrededor y observé que el mundo se había detenido, las nubes no seguían su ritmo, se habían paralizado como si de un escenario se tratara. Allí delante se encontraba el final y decidí caminar hacia él. El tramo final me costó lo suyo, pues aquello seguía igual de paralizado e impedían casi que pudiera avanzar.

Cuando llegué a lo que fuera el final de camino, alcé mi mirada buscando algo que detallara de qué se trataba. Miré como un niño que descubre algo nuevo en su vida y no sabe cuál es su utilidad y allí, sin más, pude ver aquella muralla. ¿Cómo podría pasar por aquella muralla? Mis miedos empezaron a entorpecer mi cabeza y en aquel momento pude ver cómo un ladrillo se posaba justo encima del todo. Empecé a comprender que no se trataba de una muralla cualquiera, se trataba de mi muralla. Los miedos que han ido floreciendo a lo largo de mi camino se había convertido en un ladrillo, un ladrillo que encajaba justo con otro y así sucesivamente hasta fabricar aquella vertiginosa muralla. 

Mis pensamientos empezaron a chocar, debía encontrar alguna solución, pues los miedos sólo nos proporcionan murallas que más pronto o más tarde deben ser derrumbadas. Empecé a recordar todas la piedras que había ido viendo por el camino, pues ellas representaban algunas pruebas que la vida me había proporcionado, y si estaban en el suelo era porque estaban por debajo de mi, habían sido unas pruebas ganadas. Proyecté todas aquellas piedras en las palmas de mis manos, aquellas piedras mostrarían la fuerza para derrumbar aquel muro. 


Lo pensé muy bien, tuve que recordar cada una de las batallas vencidas y cuando estuve listo, acerqué mis manos a la muralla. Por un momento, pensé que aquello no funcionaria pero quise borrar en seguida aquel pensamiento, pues otro ladrillo volvería a posarse encima. Cerré los ojos por un momento, empecé a sentir un crujido en mi interior. Continué con los ojos cerrados y sentí como si me alzara al vuelo, pues todos mis miedos dejaban de pesar dentro de mi cuerpo. Cuando abrí los ojos, tuve que volverlos a cerrar de golpe, pues una luz cegadora se posó ante mi. Mis ojos se acostumbraron a aquella luz y pude divisar en el horizonte un camino largo y pude seguir caminando.




José Angel Moya

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