viernes, 14 de junio de 2013

Emily dickinson. Por: Isabel Navarro.

A propósito de mis indagaciones lectoras en el terreno de la poesía, puedo dejar clarísima mi más sincera fidelidad a las composiciones de Emily Dickinson.
Es impresionante que, sólo con la única información de su nombre, entrar en una librería y encontrar una antología suya se convierta en el momento de máximo placer del día.
Me parece increíble la sensación que te queda en el cuerpo después de haber leído algunos de sus poemas y llegar a creértelos totalmente por la calidad de su lenguaje. La fuerza de la oscuridad, la tristeza, la muerte llevada a una descripción tan tan apasionante, que sinceramente, te invita a este pacto con lo oscuro de sus poemas.

Ya que no tengo tiempo de decir nada más sobre ella, porque tengo que estudiar, os dejo con uno de sus poemas, y uno de los que más me impactaron, y adoro leer una y otra vez.


Coloquio

Había muerto yo por la Belleza;
me cercaban silencio y soledad,
cuando dejaron cerca de mi huesa
a alguno que murió por la Verdad.

En el suave coloquio que entablamos,
vecinos en la lúgubre heredad,
me dijo y comprendí: Somos hermanos
una son la Belleza y la Verdad.

Y así, bajo la noche, tras la piedra,
dialogó nuestra diáfana hermandad
hasta que el rostro nos cubrió la yedra
y los nombres borró la eternidad.


Versión de Carlos López Narváez.

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