miércoles, 6 de noviembre de 2013

LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO, Vargas Llosa. Por Isabel navarro.

          
La creciente banalización del arte y la literatura, el papel central del periodismo escandaloso, la frivolización de la política y del sexo son los protagonistas que alimentan el cuento de que toda finalidad de la cultura posmoderna, es decir, la que habita nuestros días, y de la vida en general, es divertirse y pasarlo bien. Así Vargas Llosa nos muestra su pesimista visión sobre el papel de la cultura en la era posmoderna.
Diferentes cambios históricos, como son el bienestar que siguió a los años de privaciones de la 2ª guerra mundial, favoreció el crecimiento de las clases medias y esto hizo que los parámetros morales, y con ello la cultura y el ocio extendiesen su alcance a mayores cantidades de población.                         
    Con esta democratización de la cultura, esta deja de ser el patrimonio de una élite para estar al alcance de todos mediante la educación y subvención de las artes, ahora bien, esto provoca un facilismo en la forma y un contenido que pasa a ser mucho más superficial para poder llegar al mayor público posible, al contrario que la alta cultura de antaño se definía por su complejidad, solo al alcance de unos pocos entendidos.                                                                     
Se puede hablar de la cultura como derecho de todo ser humano, pero en la medida que el arte como la literatura pasan a ser el objeto de diversión de grandes masas, con un contenido ‘light’ y superficial, más que para facilitar su comprensión, son para entretener y dar la equívoca impresión de que el lector/consumidor de arte es culto. El arte se convierte en un mero producto de consumo, sin ningún fin más allá que el de la diversión momentánea.            
   Los parámetros que antiguamente definían qué entraba a formar parte del campo artístico y qué no hoy en día ya no sirven. Se ha producido una apertura tan grande provocada por el hambre de consumo, que el mercado mismo debido a los intereses económicos ya no le da importancia a la obra de arte por su calidad, sino por su valor en el mercado y así todo vale. Todo puede ser arte, desde un garabato pintado en una pared, hasta las estrambóticas vestimentas de Bora Aksu.                                                                                   
  ¿Quién establece los límites? El mercado. La figura del crítico entendido en su campo, ahora ha pasado a la periferia, ha preferido mantenerse al margen debido a esta banalización del campo artístico. Los verdaderamente entendidos en arte no pueden o no quieren pronunciarse ante todo este ejército de intereses y de individuos que dicen ser artistas que siguen esta política consumista, tanto de arte mediocre que ellos mismos promueven, como de dinero que obtienen por hacerlo y quien no acepte dichas condiciones, más vale que se mantenga al margen porque no podrá sobrevivir.
Al margen. Allí es donde quedan los críticos, los artistas, los entendidos en literatura, pintura, moda de verdad. En la periferia es donde podemos encontrar a todos aquellos que han decidido oponer sus intereses económicos porque prefieren crear obras de calidad. Claro que existen buenos artistas hoy en día, pero la política de mercado que se está siguiendo, en la que la mera diversión y el consumo instantáneo y masivo son sus metas, no deja que las buenas obras que necesitan más preparación/formación para ser comprendidas ocupen el centro.
Se trata de una cultura fácil para gente de mentalidad fácil, que prefiere el entretenimiento a la calidad. El engaño a que las grandes masas de gente se somete viene generado por la propia sociedad. Hemos caído en la facilidad del consumo de objetos inútiles y superficiales que no nos aporta nada. Aquí ha tenido un papel central la publicidad, y con esto la imagen y el sonido, que se ha ido imponiendo sobre la palabra. La ficción, el engaño al que se someten las grandes masas viene promocionado por la publicidad. Se impone una realidad que no es real, una ‘virtualidad’ de la vida que se corresponde con la negación por afrontar los problemas de la existencia humana que antes preocupaban a los entendidos como intelectuales y filósofos; sólo busca el convencer y promover el consumo en un círculo que nos atrapa y del que el engañado no puede ni quiere salir por la comodidad que supone esta facilidad cultural que rodea nuestra sociedad.
Asimismo, la figura del intelectual, pasa a un segundo plano también. La publicidad promueve una cultura de las imágenes en la que las ideas y el desarrollo intelectual no tienen lugar en la vida cultural, y así la figura del intelectual que promovía unas ideas y pensamientos, pasa a quedar al margen. Es sustituido por personajes públicos escandalosos que entretengan al público con sus chismes, igual que en política. Ya no hay valores, principios. Es mera apariencia que sigue unos intereses privados, esto es, económicos.
La primacía anterior del desarrollo intelectual, tanto en arte y literatura, como en los valores y convicciones de ciertos gestos políticos, o simplemente, en el campo del periodismo, donde las noticias pasan a sustituirse por el escándalo, las mentiras y ridiculeces de la llamada prensa rosa… configuran esta cultura que se ha banalizado hasta el extremo.
Vivimos en una sociedad donde el progreso nos ha llevado a un retroceso. Somos maniquíes de una élite que actúa por intereses económicos. La realidad deja de ser realidad para convertirse en una ficción. Cualquiera que se lo proponga siguiendo los parámetros del mercado puede ser artista, todo tiene valor económico y todo se puede consumir. El entretenimiento y el ocio son la finalidad esencial de esta sociedad posmoderna que hemos creado. La comodidad se impone al esfuerzo por el desarrollo intelectual. Donde el campo artístico antes era un lugar donde las obras se erigían como monumentos que durarían toda la eternidad, tenían una autoridad por el esfuerzo de los especialistas que sí eran entendidos en aquello que querían crear y su finalidad iba mucho más allá de la económica, ahora promovemos todo lo contrario. Damos voz a una generación de ‘artistas’ que nos engañan con creaciones con las que solo esperan ascender social y económicamente, mientras nosotros consumimos este arte fácil, y donde se dice arte también hacer igual referencia al campo político y periodístico que nos alimenta a mentiras.
¿Posmodernidad? En el ámbito cultural de nuestros días la cultura es una ficción. La virtualidad protagoniza nuestros días, el conformismo nos inunda, conformismo que no constituye la realidad. Dejamos ya hace mucho tiempo atrás que nuestra civilización posmoderna desarmara moral y políticamente la cultura de nuestros días y ahora esa posmodernidad, esa virtualidad, nos inunda. Somos víctimas de nuestro propio progreso y creación.


2 comentarios:

  1. Lo tengo apuntado en mi lista de pendiente por el análisis tan acertado que según veo, hace. Esto ya no es lo que era :-) Un abrazo!

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    1. Hola Meg! :)
      En primer lugar, gracias por tu comentario.
      Sobre el libro, decir que me parece muy interesante el análisis que hace sobre la cultura de nuestros días, va en una línea bastante acertada, según mi opinión. Te animo a que lo leas pronto, además de interesante, es muy asequible a nivel del número de páginas.

      Un abrazo,

      Isabel.

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